jueves, 26 de diciembre de 2013

Lo Ordinario

Me acerqué a mirar demasiado cerca
me quemé
me dejé marcar, tatuar su nombre de por vida en un interior visceral
como un odio inconstante que ama en silencio a su enemigo


No tenía miedo de encontrarte hasta que tú viniste a por mí

Tres meses y cuatro días después de haber tocado su mano por última vez. Las palabras se han vuelto más fuertes, más altas para mi estatura subiendo de volumen en mi cabeza. Recordar es una tarea complicada para los que sabemos lo que nos conviene. Ni siquiera traté de impedirme la huida, cualquier vía de escape me señalaba campo libre para dejarlo todo atrás sin manos sujetándome la espalda. Tanta espantada al aire libre, con la nostalgia del mismo lugar, del mismo abrazo, del mismo sabor de boca. Marchar lejos y no permitirme más razones para volver una vez más. Era un camino de sanación, de reconstitución cardíaca para futuros huéspedes. ¿Por qué? Sigo siendo valiente para caminar sin olvidar, sigo avanzando, evolucionando con un resquicio que crece conmigo como una sombra platónica que se niega a marcharse. El camino me ha permitido no recurrir, no pensar, no detenerme en volver la vista hacia él, pero ahí permanece y permanecerá, asomado a mi vista y a mi corazón. No temía encontrar a alguien así hasta que empecé a ver la huella. Porque es un sentimiento que se enquista, prevalece en el alma, insaciable, oculto como un cáncer latente que devora. Se posa como un manto que no muda con las estaciones. Ahora sé que nunca desaparecerá. Que siempre estuvo ahí, que siempre quise y siempre querré. Siempre ha estado, siempre estará y siempre estaré. Suya desde la más cálida sombra...

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