viernes, 20 de enero de 2012

Sigo ahí

Un suicidio, una frase que recordarás toda tu vida, que te dejará marcada para siempre. Treinta minutos nunca significaron tanto. 
Nadie entiende la culpa, todos bajamos las armas cuando no hay nada por lo que luchar, parecía haberlo, pero nunca estuvo ahí.
No nos engañemos, cuando rompes una relación en dos nunca piensas en ambas partes, más por tu orgullo y por tu honra que por tí misma.
Puedes dejarte flagelar, un glope tras otro, tu corazón permanecerá en pie, amoratado y sufriendo, aunque tu dignidad se corrompa de manera tan insolente.
Acabar con algo que amas por amor propio no es un error a largo plazo, o eso dicen. Una cosa es clara, cuanto más amas más sufres. Es como cortar una conversación a mitad, dejar el teléfono colgando en el aire y un latido intermitente que se apaga, poco a poco conforme se desvanece la cobertura, un asunto cerrado, pendiente, muerto y sin enterrar, pero latente. En el momento de retroceder ya no hay nadie al otro lado.
Las evidencias saltan a la vista y a la intuición, tan ciertas como las lágrimas que lloro es el sentimiento que no quería que volviera conmigo, dulce pero ponzoñoso. De demasiadas cosas me arrepiento y otras muchas acabaron por corromperme. Los recuerdos se convierten en un cáncer en mis venas, me devora de arriba a abajo, la vergüenza, la impotencia y el resto de sensaciones antirrespiratorias que no sé como nombrar. Se puede decir que te echo de menos, más como amigo que como lo que llegó a ser, pero la distancia es ya insalvable.
No entiendo en qué momento decidiste dejar de mirarme a los ojos...
Ya no soy yo, es mi subconsciente.



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